Espero sus comentarios. Ya saben
RESULTADO
FINAL
Por Eduardo Sánchez López
Edson abrió los ojos
desconcertado. Lo primero que percibió con cierta confusión, fue
estar en un espació de tierra, con minúsculas piedritas bajo sus
pies y en la semioscuridad. Las formas y las cosas que lo rodeaban
eran confusas a su vista.
Lo segundo de lo que se
dió cuenta es que vestía un pantalón corto y una playera de
futból. Algo pasó velózmente frente a él y, seguido a ello,
muchos cuerpos se precipitaron corriendo a su alrededor, haciéndolo
casi perder el equilibrio.
-¡Muévete, carajo! La
estás viendo pasar y no la tocas.
Edson volteó hacia donde
escucho la voz y observó a un tipo bigotón, igualmente vestido con
ropa deportiva, que manoteaba y gesticulaba dirigiéndose a él.
--Parece que no me oyes,
¿te sientes bien?, pareces perdido.
Lo único que hizo Edson
fué asentar repetidamente con la cabeza, sin terminar de precisar el
motivo de su desorientación.
Se reconoció dentro de
algo parecido a una pequeña cancha de futbol “llanero”,
definitivamente en un horario nocturno, con escasa luz eléctrica,
con el suelo duro y con más piedras que un camino de terracería.
Las porterías eran pequeñas y sin redes, en las cuatro orillas de
la cancha crecía algo parecido a pasto, el cual, viéndolo con más
detenimiento, sólo eran hierbas silvestres mal cuidadas que
ocasionalmente hacían que el balón fuera más despacio en su
carrera.
Un silbatazo lo hizo
salir de su letargo y se dió cuenta que había un par de árbitros
que intentaban orientar lo que parecía un juego entre penumbras. Del
que primero se dió cuenta Edson, fue del que se encontraba fuera
de la cancha, en un pequeño establecimiento, al lado del terreno de
juego, donde se veían dulces, chicles y paletas, junto a un
refrigerador con bebidas varias. Y se dió cuenta primero de este,
porque entre la confusión, una ´pequeña luz artificial se movía
casi en la misma dirección en donde se dirigía el balón de juego.
Cuando volteó a ver el
lugar de procedencia de dicha luz, vió a un tipo con un uniforme
similar al que tenía puesto el tipo que sostenía el silbato en el
centro del campo, junto a un deforme círculo de cal. El tipo del
puesto de dulces dirigía un pequeño foco, esforzándose, al mismo
tiempo de levantar y bajar el toldo de su puesto que muchas veces
interfería en el paso de la luz. Esa misma interferencia ocasionaba
que a ciertos momentos, las ojeras de su cara se marcaran en exceso y
sus dientes chimuelos, que intentaban dibujar algo parecido a una
sonrisa, pareciera una mueca informe.
Sobra decir que la
iluminación no daba mucho para saber qué ocurría con el juego. La
actitud del réferi central tampoco daba mucho espacio para
explicarse lo acontecido. En medio campo se escuchaba constántemente
la expresión “-¡Siga, siga... juegue!-” proferida por el
árbitro central de manera displicente y casi automática cuando dos
jugadores o más disputaban o, de plano, se amontonaban cerca del
balón.
A causa de lo anterior,
Edson escuchaba, repetidamente, exclamaciones desesperadas de
jugadores de ambos equipos:
¡Pareces ciego,
árbitro!
¡A ver si
corres!... ¡quieres marcar todo desde aquí nomas!
¡No puede ser, vas
a provocar que se te escape el juego de las manos!
¿Esperas que me
rompan el pie para pitar algo? ¡eres un pendejo!
¡Pinche árbitro
baboso! Ya vi que no sólo tienes la cara.
El interpelado se
limitaba a encogerse de hombros y a mostrar tarjetas amarillas a
quienes lo enfrentaban con sus quejas antes que mostrárselas a
aquellos que, queriendo o no, pegaban y empujaban de más. Esto lo
hacía sin hacer aspavientos y permitiendo que los jugadores de ambos
equipos le manotearan enfrente de la cara y lo empujaran con el
pecho. Tal era la indiferencia del árbitro central que, no
importando que los integrantes de los equipos le pidieran
explicaciones y justificaciones de su proceder, les daba la espalda y
los dejaba con la palabra en la boca. Con igual indiferencia, el que
en un inicio hacía ciertos esfuerzos por alumbrar el campo de
batalla, perdón, de juego, tal vez temiendo que a mayor luz, más
visible sería su mal desempeño, no se preocupaba por mover el
foquito en dirección de la jugada.
En tales observaciones se
encontraba Edson cuando sobre su espalda sintió un fuerte empujón,
sobre sus rodillas se arremolinaron algunas otras más y, a un lado,
el balón botaba para irse rápidamente en otra dirección. Edson
cayó de bruces sin meter las manos. Sintió un fuerte ardor en la
mejilla derecha por las innumerables piedritas que se le incrustaron.
La misma suerte corrieron diferentes partes de su cuerpo y, para
colmo, encima de él cayeron otros cuerpos más, no supo si amigos o
enemigos.
Como pudo, tocándose la
cara para intentar apaciguar el dolor, se levantó empujando y
quitándose a la fuerza a los jugadores que estaban sobre él.
Rápidamente trató de ubicar al árbitro para, al igual que muchos
más, expresarle un grito a forma de queja.
El juez del juego se
limitó a mirarlo por el rabillo del ojo,chasquear la boca y decir:
Edson sintió cómo un
calor interno subía por todo su cuerpo y se estacionaba en su cara.
Los músculos de la cara se le tensaron y, crispando los puños,
corrió hacia donde se movía el balón. En cuestión de uno o dos
segundos ubicó la jugada pues los hombres en pantalón corto que
disputaban la pelota de juego corrían como pollitos tras los granos
de maíz, sin que hubiera alguien que controlara el balón por más
de un momento. El juego se desarrollaba entre rebotes en la media
cancha sin que ningún equipo mostrara capacidad de conjunto o
habilidad individual para acercar el balón con peligro hacia alguna
de las dos porterías. Por esa razón, los arqueros, entre bostezo y
bostezo, gritaban indicaciones que nadie atendía.
A Edson lo enfurecieron
los golpes recibidos, pero más le crispó los nervios el ver pasar
el balón hacia un lado y otro y no poder estar cerca de él. Sólo
necesitaba un motivo.
Cuando el esférico
estuvo a un paso de él, supo que el momento era ese. Como pudo
despertó a sus adormilados reflejos y embistió sin saber si el
jugador era propio o ajeno. Empujo con cadera, con brazos y uñas,
dió una patada voladora que cualquier practicante de arte marcial
envidiaría y volteó, entre la confusión con el codo por delante.
Cada uno de los golpes llegó a un destino. Las respuestas no se
hicieron esperar: puños, manotazos, patadas, empujones, arañazos y
jalones de camiseta empezaron a impactarse algunas veces en las
personas y otras hicieron zumbar el viento.
La gresca se tornó en
confusión. Todos soltaban golpes con lo que podían sin saber a
quién. Los gritos y recriminaciones se mezclaban con el polvo y el
olor a sangre del ambiente. De pronto, un grito detuvo en automático
toda la revuelta:
Un jugador se encaminó,
primero despacio y después apretando el paso, hacia un costado de la
cancha donde el par de árbitros, ocupados en guardar el improvisado
puesto y sus raquiticas pertenencias, emprendían la graciosa huída.
Botando por los aires sus morrales, estos dos hicieron muestra de sus
dotes de velocista y salieron como rayos en dirección de la calle
más cercana con una cauda de gente a sus espaldas, que corría,
vociferaba y se lamía sus heridas mutuamente.
No hubo goles durante el
juego.
México, 27 de Junio de
2014